A medio siglo de la partida de Pichuco: “Tocar con Aníbal Troilo debe ser lo más parecido a tocar con Dios”

“Alguien dijo una vez/que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? Pero, ¿cuándo? ¡Si siempre estoy llegando! Y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja titilando como si fueran manos amigas, me dijeron: gordo, gordo, quedate aquí, quedate aquí“.

Imposible que el “Nocturno a mi barrio” no atraviese nuestros oídos al evocar a Aníbal Troilo, con su voz rasposa y su bandoneón que, para muchos, dejaba un sonido celestial. De hecho, desde hace medio siglo es un sonido celestial; desde aquel 18 de mayo de 1975, cuando esas estrellas titilantes, de la esquina de la casa de la vieja, lo llamaron, como manos amigas, para pasar a otro sueño. Hoy se cumplen 50 años sin Pichuco. Lo que, dicho de otro modo, podría decirse como “ese medio siglo con la herencia más clásica que ha dado el tango”.

Por supuesto que hubo música antes y después de Bach. Pero nadie puede negar el mojón que ha dejado en la historia de la música. Algo así sucede con Troilo en el tango, que fue una especie de canon y, al mismo tiempo, un personaje sin par, líder de una bohemia tanguera que ha dotado al género y a su costumbrismo, de las leyendas más diversas. Pero, por encima de todo, siempre está el personaje.

“Cuando te abrazaba Troilo, te abrazaba el mundo”, dice José Colángelo, que se siente un último mohicano porque, prácticamente, no quedan sobrevivientes que hayan tocado con Pichuco.

El gordo, como se lo conocía en el ambiente tanguero, para la década del setenta tenía todos los pergaminos. Sobre todo, aquellos que no llevan diploma escrito. Era un director de orquesta muy popular (quizás el más popular, más allá de que el carisma de otros también cautivara al público, especialmente en las décadas del cuarenta y del cincuenta).

Troilo era sinónimo de tango porque con su vida, de apenas 60 años, cubrió todo su espectro. Fue un intérprete de bandoneón exquisito, con sentimiento, sin virtuosismo. Fue director de orquesta que supo repartir el juego para la creación, tanto para los orquestadores que adaptaban las piezas para la orquesta como para los solistas. Fue compositor inspirado, porque llevan su firma tangazos como “Desencuentro”, “Barrio de Tango”, “Che, bandoneón”, “Romance de Barrio”, “Sur”, “Responso”, “La trampera”, “María”, “La última curda”, “Una canción” y “Toda mi vida”, entre muchas otras.

Y fue un estandarte de la bohemia tanguera, con trasnoches (de mito o verdad) que duraban días.

Hoy se cumplen 50 años de su muerte y 20 desde que el Congreso Nacional sancionó la ley 26.035 que declara el 11 de julio (ese día de 1914 nació Pichuco, como Aníbal Carmelo Troilo) como Día Nacional del Bandoneón.

Bohemia y adaptación

A los 84, José Colángelo pone a Troilo en el bronce y, al mismo tiempo, cerca del cuore. Fue, cuando era un veinteañero, su último pianista. Allá por finales de la década del sesenta estaba tocando en un boliche de tango cuando una persona le preguntó si quería tocar en la orquesta de Aníbal Troilo. A su lado, el histórico bandoneonista Ciriaco Ortiz se rascó la cabeza, lo miró y le dijo: “Decile a tu mujer que compre una nueva olla, porque ahora vas a comer todos los días”. Trabajar con Troilo era, verdaderamente, pasar a las ligas mayores que cualquier tanguero podía anhelar.

A pesar de que el tango no pasaba por sus años dorados, Troilo seguía teniendo prestigio y trabajo. Incluso, se había adaptado a los tiempos y había creado un cuarteto tanguero.

Colangelo acudió sin titubear al llamado del ángel del bandoneón. El primer concierto no fue fácil, porque el pianista anterior no le había dejado las partituras. Al terminar la pasada, una persona que había visto el espectáculo le dijo que le gustaba más el pianista anterior. “A mi también”, le respondió Colángelo. Y se fue corriendo al camarín de Troilo. “El Gordo me puso la mano en el hombro, me invitó un whisky y me explicó por qué iba a ser su pianista. Era increíble, cuando te abrazaba Troilo, te abrazaba el mundo”, recuerda.

Colangelo también dice que sintió un gran apoyo de Zita, la esposa de Pichuco.

 “Para mí fue increíble haber sido su último pianista, conocer a un ser totalmente diferente. Porque tocar con Troilo creo que debe ser lo más parecido a tocar con Dios. En el 75 se fue un sol enorme. Pero hizo que sus rayos nos irradiaran a todos sus hijos artísticos. Desde donde está, nos sigue apoyando. Fue grande como compositor, como instrumentistas, como director y como persona. Tuvo todas esas virtudes. No tuvo vida privada porque fue un poco de todos. Y ayudó a todos. Era un genio total”.

Colángelo recuerda que trabajó con él “en una época en la que no se tuteaba”. Le decía “pibe”, pero lo trataba de usted. “Me decía que siempre tocara con alegría. Que no dejara que me robasen el moño de comunión. Y que, si un día le llegaba tarde, que fuera por una mina linda. Si no, no. El día que comencé a tocar con él, fue en el Dante de la Boca, que ya no existe. Me dijo algo así como que era una reedición de Orlando Goñi”.

Los intérpretes que estuvieron en sus grupos y orquestas fueron quienes mejor la pasaron. Los orquestadores no tanto. Porque Troilo tenía fama de tener “la goma más grande del mundo”, y cuando un arreglador le llevaba una orquestación, solía quitarle notas. Haber sufrido esto no fue patrimonio exclusivo de Piazzolla. En cambio, según Pepe, Troilo sabía cómo sacar buenos a los cantores y dejaba que los solistas ganaran protagonismo. “Le gustaba que aplaudieran mucho a sus músicos. Nadie perdía personalidad tocando con él. Cuando a uno lo aplaudía mucho, él era feliz. Y en algún momento les decía que tenían que seguir su camino. El único que se las rebuscó para volver a trabajar con él fue Goyeneche. No va a ser posible reeditar a otro Pichuco, porque fue un clásico como Mozart, Bach o Mendelssohn”

Aunque no tuviera el furor de décadas pasadas, para principios de los setenta el trabajo no faltaba para Troilo y los suyos, en boliches porteños y en la temporada de verano, en Mar del Plata. En 1971, cuando Colangelo formó su propio grupo -un cuarteto que compartió con el bandoneonista Néstor Marconi, el contrabajista Omar Murtagh y el guitarrista Aníbal Arias- le llevó a Troilo su primer disco, para que lo escuchara. El bandoneonista le preguntó si iba a abandonar su grupo pero Colángelo le dijo que no, que seguiría tocando con él y que en los tiempos libres continuaría con su proyecto.

Por eso años, Troilo se quejaba de problemas de cadera. Según algunos “se portaba bien”, pero los excesos de juventud le habían pasado factura. Luego de una operación ósea pudo retomar su actividad casi con normalidad, hasta unos días antes de su partida, luego de un derrame cerebral y varios paros cardíacos.

La última entrevista

El día de su muerte la revista Gente publicó una entrevista que fue considerada como la última. Era del verano anterior; una charla que Pichuco había mantenido con Horacio de Dios, en Mar del Plata, donde solía pasar sus vacaciones.

“Siempre me gustó escribir. Ese ‘Nocturno a mi barrio’ lo hice cuando estaba internado en la clínica del doctor Carlos Márquez haciendo una cura de sueño. Fue hace tiempo. Estuve allí un mes. Al par de semanas, cuando me hacían dormir tanto, me aburría de dormir y me levantaba y escribía. Escribía muchas cosas”, contó durante la entrevista.

Además, habló de la música “moderna” de aquellos años, que no entendía y consideraba ruido, y de cuánto le agradaba hablar de tiempos pasados.

En aquella charla también se refirió a la falta de bandoneones (ya en 1975 se notaba su escasez). Contaba que tenía un bandoneón que había comprado por cuarenta pesos y que le había salido muy bueno, porque llevaba con él casi medio siglo. “Ahora ya lo tengo un poco relegado porque estoy trabajando con otro instrumento un poco más nuevo, aunque todos los bandoneones son viejos. Desgraciadamente el bandoneón es un instrumento destinado a desaparecer. En la Segunda Guerra Mundial bombardearon la fábrica alemana de la Doble A donde se fabricaban acordeones y bandoneones. Como lo que más se vendían eran los acordeones, y el único mercado del bandoneón estaba en Argentina y Uruguay, cuando se rehízo la fábrica dejaron de hacerse”, decía Pichuco.

Ese mal se acentuó con los años, aunque de algún modo se trató de reparar con la fabricación nacional de fueyes, esos que garantizan, en manos jóvenes, que la música de Troilo siga viva. Aunque, al mismo tiempo, se conserve en el firmamento de lo clásico.

 



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/a-medio-siglo-de-la-partida-de-pichuco-tocar-con-anibal-troilo-debe-ser-lo-mas-parecido-a-tocar-con-nid18052025/

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