En la amplia trayectoria del director y productor de cine Héctor Olivera, sus films La Patagonia rebelde, la película que lo ubicó como una figura reconocida en el mundo del cine local; No habrá más penas ni olvido, la más premiada dentro de su producción y La noche de los lápices, que surgió después de haberse negado a filmar una película sobre los desaparecidos, lo convirtieron en un referente del cine político. Pero sus inicios como director lo remiten a otro tipo de historias y, decididamente, a otra paleta cromática.
Su primer largometraje, Psexoanálisis, de 1968, fue una película en la que la psicodelia, el pop y el psicoanálisis conformaban un tríptico homogéneo de una Buenos Aires que vivía los ecos del Mayo Francés de 1968 y del Flower Power: los happenings y propuestas del Instituto Di Tella y la explosión de la música beat. En vez del costumbrismo de una acción ubicada en el patio de una casa chorizo o en medio de un comedor con televisión blanco y negro encendida, el campo minado de esta sátira era el consultorio de un psicólogo, papel que encaraba Norman Briski, y el variopinto grupo de pacientes que acuden a sus sesiones grupales de este gurú del inconsciente con varios papeles flojos.
Psexoanálisis es una rara avis de la cinematografía local. “Fue una sátira sobre esa manía que le había entrado súbitamente a los argentinos de psicoanalizarse”, recordó en un reportaje de hace unos años. La primera escena es una sesión grupal a cargo de un psicólogo de grandes anteojos que está sentado al lado de un busto de Freud (a quien le dedican la película). Los conflictos sexuales, los modelos de género y el complejo de Edipo están a la orden del día en ese variopinto grupo de pacientes a cargo de actores tan diversos como eran ya en su momento Jorge Barreiro, Malvina Pastorino, Elsa Daniel, Julio De Grazia, Juana Hidalgo y Enzo Viena, entre otros.
Entre neurosis, fallidos, problemas de frigidez, traumas y situaciones de diván o de camas en noches de descontrol, a los 36 minutos de esta película psicodélica cargada de asociaciones libres que está disponible en YouTube hay una escena de una fiesta que es todo un manifiesto de arte pop en sí mismo. Sillones inflables, una canción muy onda Beatles o Los Gatos, camisas con dibujos de flores, minifaldas, un chaise longue de forma de pantera, un fisiculturista con un taparrabos animal print que parece salido de una película de Mae West, globos de colores, coreografías con mucho movimiento de brazos, hotpants, toboganes, botas altas, un chimpancés fashionista y vinchas. Toda la acción transcurre en medio de un clima de descontrol y alegría que parece ser como parte de una continuación del final de la película La fiesta interminable, con Peter Sellers, que se estrenó el mismo año.
La fiesta en cuestión tiene lugar en la casa de una amiga de los pacientes: la voluptuosa Libertad Leblanc, la blonda que era el símbolo sexual del momento y que oficiaba de contracara de Isabel Sarli. Lo suyo no es el psicoanálisis. De hecho, al conocer al analista que compone Norman Briski confunde a Pasteur con Freud. “Usted es una succionadora de hombres”, le dice Sigmund mirándola a los ojos. “Es que los hombres son tan fáciles de succionar que, a veces, temo aburrirme definitivamente”, le confiesa ella con cara de ingenua o de un aburrimiento inquietante. Tras ello, se largan a bailar en una fiesta musicalizada por la banda The 7th. Brigade, de decidida apuesta beat, que se había formado ese mismo año.
Psexoanálisis, de Héctor OliveraEl analista, en verdad, un falso analista, luego de una situación grupal desopilante va a parar a la cárcel. Y ahí, en medio de estrictas normas, son los representantes de las fuerzas del orden los que terminan en el diván de este señor de anteojos enormes sin título académico alguno que se deja llevar por las divinas palabras (e interpretaciones) de un tal Freud.
Detrás de esta gran sátira escrita por el mismo Héctor Olivera y Gius, quien luego trabajó tanto con Darío Vittori como con David Stivel, reunió a otro verdadero dream team. La música era de Jorge López Ruiz, el músico que tocó con el Gato Barbieri, que hizo los arreglos musicales para Sandro y el que hizo la banda sonora de algunos films de Leopoldo Torre Nilsson. Y en lo que respecta al arte de la película acaparó lo más granado del Instituto Di Tella. El gran artista plástico Edgardo Giménez se ocupó de diseñar algunas escenografías. El vestuario pertenece a Dalila Puzzovio, otra figura emblema del pop-art local. El estilismo estuvo a cargo de Felisa Pinto. En medio de este descontrol visual sumamente cuidado colaboraron para la ambientación obras de Josefina Robirosa y Rogelio Polesello.
No contento con esa experiencia, Héctor Olivera, producido por Fernando Ayala, fue por más. A los pocos años estrenó Los neuróticos, que tuvo como título alternativo Los psexoanalizados. El guión también perteneció a Gius según un argumento de Héctor Olivera. La protagonizaron Norman Briski, como el Dr Sigmund; Malvina Pastorino, como Penélope; Jorge Salcedo, como Prometeo; Marcela López Rey, como Scherezade; Susana Giménez, como una tal Jacinta; Víctor Bo, como Osiris; Soledad Silveyra; como Lolita y Nathan Pinzón, como Lázaro. La banda sonora también fue de Jorge López Ruiz.
Se terminó de producir en 1969 pero el nefasto Ente de Calificación de la dictadura de ese momento la prohibió. Hubo que hacerle algunos cortes que tampoco pasaron el veredicto. Los registros de la época dan cuenta de que hubo otro nuevo recorte hasta que, por fin, se estrenó en de marzo de 1971.
A diferencia de la anterior, en YouTube apenas hay dos secuencias de unos 20 minutos cada una de esta cinta que el gobierno militar sostuvo que era muy atrevida “para el nivel mental del público argentino”. Esta nueva sesión psicodélica y popera vuelve a repetir el formato de encuentros grupales que disparan en situaciones puntuales de cada uno de los pacientes que transcurren escenarios de un potente desborde visual.
En una de las escenas, el analista hipnotiza a Marcela López Rey, que termina seducida por Napoleón Bonaparte. O la tal Jacinta, Susana Giménez, confiesa que ya no puede vivir con su novio, Narciso, porque se pasa las noches mirándose al espejo y solo aspira a tener un saco de bison como el que tiene Ante Garmaz para filmar una publicidad. Todo esto se filmó el mismo año en que Susana hizo la publicidad de “shock” que la llevó a la fama. Hace unos años, la conductora subió la foto de una escena suya con Norman Briski en medio de la instalación de Edgardo Giménez recordando que aquel film fue su debut en cine. Su siguiente trabajo fue en La Mary, con Carlos Monzón.
Tanto en Psexoanálisis como en Los neuróticos, el equipo de arte de esos creadores fundamentales del pop argentino fue el mismo. El trabajo realizado fue evocado en una muestra retrospectiva dedicada a Edgardo Giménez que se llamó “No habrá ninguno igual”. En uno de las salas del Malba se reconstruyó el huevo en donde una Marcela López Rey semidesnuda esperaba a Norman Briski, que caía al espacio desde un tobogán. “Psexoanálisis es la película que marca el encuentro de la industria argentina cinematográfica con los artistas pop”, reflexionó el crítico e investigador Fernando García sobre la obra de este creador “que había puesto el cine argentino en los bordes de la alucinación”.
Años antes, en 2014, parte de aquellas instalaciones realizadas para los films como sus afiches y algunos objetos integraron la muestra “Argentina lisérgica”, que tuvo lugar en el Moderno.
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Al año de estrenarse Los neuróticos, Woody Allen presentó Todo lo que siempre quiso saber acerca del sexo pero nunca se atrevió a preguntar, en la que el director y guionista protagonizaba cuatro de los siete episodios desopilantes en los que parodiaba al hombre moderno neurótico, urbano y psicoanalizado.
En uno de esos episodios aparecía huyendo de una descomunal teta rodante que solo llega a detenerse gracias a un corpiño gigante. En otra, es un acobardado espermatozoide. En esos años locos de psicodelia fue común que se hablara de Norman Briski como el Woody Allen argentino.