Green Day: una maquinaria más aceitada que nunca, una larga lista de clásicos y el show en su mejor forma

Con casi 40 años de carrera, Green Day sigue encarando sus recitales como si fueran el colectivo de Máxima velocidad: si esto se para, morimos todos.

A lo largo de dos horas de show cronometradas (un nivel de planificación pocas veces visto: empezó exactamente a las 21 y terminó a las 23 en punto), el trío que en realidad es sexteto libra un combate cuerpo a cuerpo contra la calma, y tan explícita es esta vocación de vértigo que ni bien suena la única canción a la que puede llamársele lenta (“Good Riddance”, porque ni “21 Guns” ni “Wake Me Up When September Ends” califican por ser mediotiempos con distorsión) el set se termina.

Tocan apurados, nerviosos, peleándole al silencio a brazo partido, con la obsesión de mantener sí o sí la tensión de principio a fin, sea con música o con pedidos de “eh oh, eh oh” al público. Y el resultado de todo ese proceso es un show agotador para bien, que por no habilitar momentos de descanso parece durar menos de lo que dura.

El del miércoles en el estadio de Huracán pudo haber sido el concierto más concentrado que se les recuerda en la Argentina: en su afán de entretener, el cantante Billie Joe Armstrong ha sabido pasarse de rosca alguna vez como animador, convirtiendo temas de tres minutos en megamixes de ocho a puro intercambio con la audiencia y corrida en escena. Esta vez no: todo fue concreto, expeditivo y eficiente, como corresponde al buen punk rock. Así, este frenesí que no negocian estuvo sustentado por la buena musculatura que da una lista irreprochable y sin relleno.

Sobre Green Day se pueden decir varias cosas en el campo del estilo. Antes que nada: actúan como un grupo que ya se sabe parte del panteón del rock clásico, sin importar la etiqueta puntual que se le pegue. Por algo hacen cantar “Bohemian Rhapsody” de Queen completo al público sin siquiera subir todavía al escenario: aún sin que alguna vez pretendieran pasar por disruptivos, su chapa punk podría suponer una desconfianza a los “monstruos” del rock de estadios que está lejísimo de existir, más que nada porque en eso los convirtió la vida. Eso sí, pegado suena “Blitzkrieg Bop” de los Ramones, y así la propuesta se equilibra y la identidad real (y compleja) se asume: son un espectáculo rockero con algo de filo.

Dentro de ese corral se mueven con soltura. Algo que hacen muy seguido es esconder detrás la estridencia el espíritu del primer rock n’ roll, ese que -a puro goce juvenil sin pretensiones- dominó el mundo en el período entre que Elvis movió la pelvis y los Beatles la empezaron a delirar con Rubber Soul (1965). En ese plan están dos de las primeras del set: “American Idiot” y “Know Your Enemy”. Y lo mismo una de las últimas: “Jesus of Suburbia”, una suite en la que conviven el merseybeat, Bowie y hasta un poquito de Bryan Adams. Igual con “Hitchin’ a Ride”, biznieta del sello percusivo de Bo Diddley o el Buddy Holly de “Not Fade Away”.

Tienen sus coqueteos con el punk irlandés en “St. Jimmy” y “Minority”, y en “Dilemma” se aceptan como mccartnianos de la vieja escuela. Son especialistas en enmascarar melodías que podrían funcionar hasta en contextos folk detrás de riffs fuertes, como “When I Come Around”. Por supuesto que recurren al punk rock melódico ortodoxo como el de “Basket Case”, canción fundamental para entender la insatisfacción y el desconcierto adolescente de los 90 en clave humorística. Y todo esto sin descuidar su postura política, esa que los lleva a cantar en la mencionada “Jesus of Suburbia” la línea “huyendo del dolor, como los niños de Palestina”.

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La lista, como decíamos, no tiene fallas (otros hits como “She” o “Brain Stew”, algunos temas más oscuros como “The Grouch” o “Coma City” que no desentonan, los estrenos para este tour de “Oh Love” y Going to Pasalacqua”) y el componente de entretenimiento está aceitadísimo, con “competencias de gritos” entre mitades del campo, una fan invitada a subir al escenario, mucha pirotecnia, visuales coloridas y -sobre todo- la inoxidable extroversión del trío núcleo (Armstrong, el bajista Mike Dirnt y el baterista Tré Cool), siempre carismáticos y siempre divertidos.

“Este fue uno de los mejores recitales de nuestras vidas”, dijo BJ unos minutos antes de terminar. Está claro que nunca vamos a saber si habló en serio, pero tampoco hay razones para no creerle: seguramente sea muy gratificante encontrar un público que responda a su agitación de la forma en la que responde el argentino. La sociedad funciona: arriba, una banda que propone intensidad; abajo, una audiencia que la retroalimenta. El resultado: show, en el mejor de los sentidos.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/musica/green-day-una-maquinaria-mas-aceitada-que-nunca-una-larga-lista-de-clasicos-y-el-show-en-su-mejor-nid04092025/

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