Se llama Barbara Millicent Roberts pero, como toda celebridad auténtica, prescinde del apellido: simplemente, se la conoce como Barbie. La mirada vidriosa, los pechos puntudos, la cintura imposible, las piernas infinitas y los pies en perpetuo riesgo de juanete o calambre: aun lejísimos de la anatomía realista (una mujer debería quitarse todas las costillas para dar la talla), la muñeca más famosa del mundo fue durante varias décadas el epítome de lo femenino y el libro-objeto Barbie, celebración de un ícono, del historiador italiano del arte y la moda Massimiliano Capella, repasa su derrotero vital, desde sus inicios como chica pin-up hasta su presente empoderado.
Esa Barbie tenía como vocación ser una “fashion model” y su réplica en Los Simpson, la muñeca Stacy Malibú, decía la frase que identificaba a una y otra: “No me preguntes, sólo soy una chica”
“Todas podemos”, arenga el capítulo final del libro: como “modelo de emancipación femenina” se muestran la Barbie doctora, la tenista y la aviadora, ejemplos de lo que se conoce como sheroes, o heroínas femeninas (y además, se aclara: es la primera colección de muñecas fabricadas con plástico reciclado porque a Barbie le preocupa el cuidado de los océanos). Mucho antes, Barbie tuvo las aspiraciones ligeras de una señorita en la época de Mad Men: el primer modelo de muñeca, fabricado en vinilo en 1959 y con el rostro inspirado en Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor y Sandra Dee, estaba apenas cubierto por un traje de baño rayado y un par de anteojos gatúbelos, lista para el solarium y el chapuzón. Esa Barbie tenía como vocación ser una “fashion model” y su réplica en Los Simpson, la muñeca Stacy Malibú, decía la frase que identificaba a una y otra: “No me preguntes, sólo soy una chica”.
Probablemente sea el juguete más diseccionado por los estudios culturales modernos. Acá, Barbie (ahora también pelada, paralítica o con vitiligo para representar un arco posible de la diversidad) se analiza como mito secular y fenómeno pop: un objeto oráculo. La versatilidad de su línea de producción le permite reflejar los cambios sociales de cada momento e incluso los anticipa, como se comprueba en la película Barbie: el trauma de varón castrado de Ken será reparado por el patriarcado (el actor Ryan Gosling estuvo nominado al Oscar pero no así la directora Greta Gerwig ni la protagonista Margot Robbie). En Barbie, celebración de un ícono, el fabuloso despliegue visual permite apreciar la evolución del juguete en tanto represente el valor social: si aquella primera muñeca salió a la venta bajo el título Teen Age Fashion Model, la última colección se llama Diversity, ya con cuerpo realista y pies planos para que pueda calzarse zapatillas más cómodas que los stilettos que usó toda la vida. A los 65 años, a Barbie se le permite bajar de los tacos en punta.
Según Capella, Barbie tiene “un atractivo atemporal, en constante evolución pero, al mismo tiempo, siempre reconocible”. Aun en sus infinitas mutaciones, o acaso por eso mismo, ofrece un millón de rostros con los que identificarse y si alguien no encuentra su réplica puede esperar que en el futuro tenga quince minutos de fama y una muñeca parecida a la manera en que se autopercibe. En 1985, cuando Andy Warhol le pidió al artista BillyBoy* permiso para retratarlo, él le dio una respuesta de corte literario que resume la fascinación mimética por una muñeca que es una persona, y a la vez todas: “Si querés hacer mi retrato hacé el de Barbie porque Barbie soy yo”.
ABCA.La primera Barbie se lanzó en 1959 con el nombre Barbara Millicent Roberts como homenaje a la hija de sus creadores, Ruth y Elliot Handler.
B.En 1977 tuvo su cambio de imagen más radical, con un rostro inspirado en la actriz Farrah Fawcett. Ya se vendieron más de mil millones de muñecas.
C.El libro Barbie, celebración de un ícono, de Massimiliano Capella, es un álbum deslumbrante que documenta sus cambios a través de las décadas.