Pocos discos pero significativos. La discografía de Los Piojos implicó 7 álbumes de estudio, 15 años de desarrollo, 94 canciones (una oculta) y contextos políticos y sociales opuestos entre el inicio y el final de la banda, más allá de que igual se las arreglaran para ser transversales y alcanzar popularidad. Del estreno de la convertibilidad a las vísperas de la 125, de la no-grieta a la si-grieta, del rocandombe a la modernización del sonido rioplatense en los albores del nuevo milenio, aquí un posible ranking piojoso, pero ordenado de peor a mejor.
7) Máquina de sangre (2003)Ningún disco de Los Piojos es malo o regular. Todos tienen canciones que calaron hondo y una idea fuerza que los animó y dio entidad. Máquina de sangre, sin embargo, es el que menos fuerte luce en su cohesión; el que, a la distancia, más evidencia cierto cansancio artístico y espiritual. Cierta desconexión interna acumulada. Y eso que con los anticipos, en su momento, preanunciaron lo contrario. “Fantasma”, el primer corte, fue un rockazo a lo AC/DC que demolía cimientos. Y “Como Alí”, el siguiente, un ska saltarín y despabila-momias sobre la extrañeza de un pajuerano metido a ciegas en una rave suburbana (“Emborrachar mi corazón y rebotar quiero yo”, tangueaba Andrés Ciro) que se convirtió en hit inesperado y en uno de los más importantes en la historia de la banda.
La expectativa, entonces, de un disco rotundo estuvo al caer. Pero, salvo excepciones, no logró sostenerse. Las excepciones: “Canción de cuna”, personalísima de Ciro, una armonía muy a lo Beach Boys para el emotivo relato con imágenes concretas y cotidianas sobre el maravilloso impacto de ser padre; “Sudestada”, del guitarrista Tavo Kupinski, sobre la otra melancolía rioplatense, la de la vista clavada en el cielo nublado y el oleaje marrón (y que Los Piojos supieron capturar antes; chequear “Gris” en Tercer arco); “Dientes de cordero”, épica en la línea de “Morella”, aunque más política, punzante y aguda, y “Entrando en la ciudad”, crédito del otro guitarrista, Piti Fernández, un mid-tempo de elegancia suburbana; clásico rockero, diría Juanse. Hasta ahí las destacadas. El resto no es que esté mal (las gaitas épicas de “Langosta” tienen lo suyo; lo mismo la fuerza percusiva de “Motumbo”) pero no terminan de enamorar. La sensación es la de un álbum que no logra volverse memorable. Y que salvo los muy fanáticos, nadie pone de corrido.
6) Verde paisaje al infierno (2000)Apenas arranca “María y José”, esa fábula de cristianismo nac&pop en las vísperas de 2001, se percibe el cambio: las guitarras irrumpen con otra estridencia, otra fuerza. La canción “pesa” más. Todo el disco “pesa” más. En las perillas ya no está Alfredo Toth sino Ciro y el resultado inmediato es el acabado menos pop y el sonido menos radial desde Ay Ay Ay a la fecha. El cambio también se percibe en la base rítmica. Ya no está ese golpe seco, sintético, símil bailable de Dani Buira, que abandonó intempestivamente la banda en medio del proceso de grabación, sino el mucho más genérico y rockero Roger Cardero, que no logra hacer olvidar a su predecesor.
A no confundir: Verde paisaje... tiene grandes temas como “Luz de marfil” (que a primera escucha no dice mucho, pero en vivo cobra una dimensión de clásico y favorito); “Ruleta”, otro favorito, además de hit; la tríada de “rockero con estilo” que componen “Labios de seda”, “Media caña” y “Mi babe” (tal vez los tres temas en donde mejor calza la producción de Ciro) y la propia “María y José”, que junto a la chacarera de “San Jauretche”, una noble reivindicación al ensayista, conforman el best of del disco. Párrafo aparte para “Vine hasta aquí”, una pieza de sublime melancolía conurbana en la que Piti Fernańdez exhibe por vez primera sus talentos como compositor solista (antes había tallado en “Muy despacito”). La cumbre del disco con otros puntos altos pero que evidentemente sufre el impacto de la partida de Buira y la producción novel de Ciro.
5) Azul (1998)Cuando salió Azul muchos piojosos de la primera hora se golpearon el pecho: “Esto es lo que nosotros bancamos”. ¿Los motivos? Un clásico de la cultura rock: tomar distancia de los advenedizos que el éxito comercial de Tercer arco había traído aparejado y, en contraposición, entregar un disco “menos hitero”. Pasado el tiempo, sin embargo, quedó claro que Azul no sólo tenía hits (“Genius”, “Desde lejos no se ve”) sino también clásicos (“Agua”), favoritos durables (“Murguita”, “Buenos tiempos”, la casi grunge “Quemado”). Y que si bien era cierto que “El balneario de los doctores crotos”, como corte de difusión, era más intrincado y desafiante que “El farolito” o “Verano del 92″, también lo era que no había, en esencia, un cambio profundo entre Azul y su antecesor. Al contrario: el nuevo disco, en todo caso, era la profundización del anterior. El golpe seco de Dani Buira, de hecho, se lucía más que nunca en temas como “Desde lejos no se ve” u “Olvidate”, y Andrés Ciro, con “Murguita” o la citada “El balneario...”, se terminaba de recibir como el más montevideano de los cantantes argentinos. Un presente pleno, nítido, “azul”, que no hacía pensar en que pronto, apenas dos años, algunas cosas cambiarían significativamente.
4) Tercer arco (1996)Si es por resonancia social, Tercer arco tranquilamente podría haber liderado este ranking. Y si es por cantidad de hits y clásicos, también. Pero... (perdón, no hacemos las reglas) Tercer arco no inauguró una estética como Ay Ay Ay sí lo hizo, no modernizó ni relanzó a la banda como Civilización sí lo hizo, y no capturó un espíritu de época como Chac tu chac también sí lo hizo. Nada de lo cual quita, claro, que sea el disco que efectivamente enamoró a cientos de miles (¿millones?) en todo el país. Y que, en los hechos, marcó un antes y un después en la historia del grupo. No hay duda de que, además de los hits bisagra (el cuartetazo rock de “El farolito”; la murga generacional de “Verano del 92″; el credo con riff piazzolliano de “Maradó”), Tercer arco solidificó ese “rock rioplatense” parido en Ay Ay Ay con grandes temas como “Todo pasa”, “Qué decís”, “Al atardecer” y “Don’t say tomorrow”. Pero también con “Taxi boy” y “Shup-shup”, donde de manera sólida por primera vez se mostraron incursionando en esa especie de stone barrial (“Ximenita” y “Pega pega” no califican y el “Blues del traje gris” es más Elvis que rolinga) que luego les seguiría dando más buenos réditos (por ejemplo, “Genius”, en Azul).
La producción de Alfredo Toth, por otra parte, que ya había brillado en Ay Ay Ay, vuela. El ex Git y Los Gatos dotó de formato y precisión pop lo que en esencia no lo era (y está perfecto, ese queso-dulce siempre les calzó bien). Y le dio a cada instrumento, pero especialmente a la muñeca de Dani Buira, una definición perfecta, de audio “al vacío” que elevó el sonido al infinito. Quincy Jones, un poroto.
“Nunca del todo se puede escapar mientras la sombra te siga detrás”, canta Andrés Ciro en uno de los buenos versos de “Esquina Libertad”, el tema que abre el album. Y a la distancia corresponde observar algo: la consagración de Los Piojos estaba al caer, ya maduraba el knock-out. Las buenas reseñas de Ay Ay Ay, el boca en boca creciente, los recitales míticos en Arpegios (los que estuvieron ahí saben lo que fue esa sensación de estar presenciado una banda tan buena que era imposible que se mantuviera under por mucho más tiempo), todo conspiraba para que tarde o temprano Los Piojos pegaran el gran salto. Ese salto lo pegaron con Tercer Arco porque, además de todo, es un gran disco.
3) Chac tu chac (1992)¿Chac tu chac en tercer lugar? Hagamos un juego. Imaginemos que por algún infortunio Los Piojos se terminaban tras su debut. ¿Qué habría pasado? Arriesgamos: para muchos nada. Para otros, en cambio, incluso críticos que luego los terminarían rechazando, la lamentable pérdida de una banda que había logrado captar (al igual que Manos vacías de Los Caballeros de la Quema) cierta desesperanza suburbana de la época. Cierto zeitgeist. Y habrían tenido razón.
Ya la portada arltiana (dato: la autora es Isol, la misma de los indie pop Entre Ríos, el personaje Petit y los premiados libros de literatura infantil, entre otras preciosuras artísticas de su vida) lo decía bastante. Ese hombre apesadumbrado tomándose la cabeza en un banco pelado mientras un tren tórrido pasa de fondo. ¿Qué lo apesadumbra tanto? También ese arranque rasposo, latoso, más cerca del rock de garage que del rocanrol, de “Llevateló”: “Estoy así, tan triste ves. Estoy atado, sobre tu riel”. O, ya más adentrados en el disco, ese wah-wah desvencijado de “Cancheros”: “No queremos pasarle la lengua a tu papel. No queremos los restos de tu buena fe”. O ese post-punk sucio a dos guitarras de “Los Mocosos”, “Yira Yira” y “Cruel”: “Somos fantasmas peleándole al viento”. Todo desnuda un conurbano desolado, derruido, desangelado. La entonación vocal es tanguera, pero el lamento está corrompido por el rock. No hace falta bajar línea. El sonido es el mensaje.
Los Piojos tenían veintipocos cuando grabaron este disco. Eran de Ciudad Jardín, El Palomar. No sabían la popularidad que les iba a asaltar en breve. Pero sí del desempleo y la precarización creciente de una convertibilidad que lograba frenar la hiperinflación, aunque a costa de desmantelar el aparato productivo, y plasmaron esa vivencia sin intelectualizar en esta joya del rock suburbano de los 90. Un álbum entrañable en su herrumbrada belleza que también traía el germen de lo que profundizarían después: “A veces”, como previa de la línea caribeña de “Ando Ganas”, “Y quemás” o “Basta de penas”; y “Chac tu chac” como previa del freestyle rioplatense de “Pistolas” o “Desde lejos no se ve”. La perla fue “Tan solo”, hoy su tema más escuchado en Spotify, pero en aquel momento un hit under: esa balada embriagada y en falsa escuadra que se recomendaba de boca en boca. Si Los Piojos se hubieran separado tras su debut, ya sólo con esa canción se habrían ganado el cielo. Por suerte no lo hicieron.
2) Civilización (2007)Es probable que ni los propios integrantes de Los Piojos tuvieran plena conciencia del salto en todo sentido que dieron con Civilización. Este claro que, a diferencia de Máquina de sangre, habían puesto especial énfasis en lograr un disco “realmente bueno”. Pero una cosa es proponérselo y otra lograrlo. Así, Civilización fue muy bien recibido cuando salió, pero recién fue ganando relevancia y consideración años después. La razón de la progresiva alta consideración es sencilla: además de ser un álbum compacto y cohesivo, donde cada tema vale por sí mismo y a la vez como un todo, también es moderno; un disco repleto de arreglos y de detalles de producción que lo hacen sonar en consonancia con el tiempo por venir. Que no atrasa. Sin duda, la vuelta a la producción de Alfredo Toth, que no ocupaba ese rol pleno desde Azul (también, por qué no, el aporte de Chucky de Ipola en los teclados), es clave. Los Piojos vuelven a tener un excelente orden de los temas, un acabado pop que no va en desmedro de su filo y potencia, y principalmente una sensación de identidad fresca y actual no reñida con su pasado.
“Piernas van abiertas, fuego, fuego, está caliente el vapor”, se contornea Ciro, entre la velocidad de los teclados de Chucky, en uno de los arranques más sexuales de Los Piojos que se conozca. En seguida, ese post-punk en la línea de “Morella” o “Dientes de cordero” pero mejor que es “Pacífico”. Y la cita al mundo de Manu Chao (amigo de cuando hicieron ese determinante viaje a la París inmigrante, previo a Ay Ay Ay) en “Civilización”. Van tres temas y ya es un discazo. Pero la novedad es que lo que sigue no decae. “Bicho de ciudad” (crédito de Piti Fernández) y “Difícil” (baladaza de Ciro, muy en la onda de lo que ahondaría luego como solista), componen dos momentos de alto poder dramático, la canción ganándose el sentimiento de quien escucha. Lo mismo el tango a lo Bajofondo de “Pollo viejo”, una exhibición de modernidad porteña: así puede sonar Buenos Aires en el siglo XXI. O el entramado maquinoso de “Unbekannt” y la extrañeza de ser un desconocido en Alemania. Todo suena moderno y a la vez piojoso. Hasta los “roncanroles” de “Hoy es hoy” y “Cruces y flores”, irresistibles y bailables, tienen un acabado mucho más definido y compacto que análogos de discos anteriores. Civilización vino con aires de renovación pero también de aceptación y popularidad. No es un disco difícil de asimilar, como fue el caso de otras bandas cuando también marcaron un cambio de rumbo en una discografía (caso típico, Los Redondos). Al contrario: Civilización hace atractivo el cambio.
¿Qué hubiera pasado con Los Piojos si seguían? ¿Hubieran confirmado este salto moderno, sin perder identidad, como hicieron después de Tercer arco? ¿O hubieran vuelto a terrenos más corrientes, más comunes, más aburridos? No hay respuesta, sólo la satisfacción de que el cierre con “Buenos días Palomar” es también el final tántrico de una gran historia con una mística a la altura. “Oh, un barco vikingo va surcando el Maldonado”, ora Ciro mientras Los Piojos van regresando al barrio, a El Palomar, pero de la mano de una canción que mecha Sumo con experimentación. Y que al finalizar queda haciendo eco. El final es un comienzo.
1) Ay Ay Ay (1994)El arranque a puro son de guerra babilónica (“Arco”) marca la ruptura: ya no se trata del rock de los suburbios del disco debut sino de una nueva amalgama autóctona y poderosa. Un “rocandombe”, bautizan ellos mismos, que por momentos será volcánico (“Arco”, “Te diría”), por otros mántrico (“Ay Ay Ay”, “Ando ganas”), por otros saltimbanqui y quilombero (“Babilonia”, “Manise”, “Fumigator”). Y que quedará graficado en la portada (otra vez el hermoso arte de Isol) de ese piojito levantando la espada sumeria entre perros cada vez más grandes y rabiosos que pretenden comérselo (como se sabe, no lo lograrán). La sucesión de temas es un continuo casi perfecto (los rellenos de “Es sentir” y “Ximenita” están ahí para que recordemos esto mismo) y la conclusión, tantos años después, es estar en presencia de la fundación de un lenguaje que no estaba ahí antes. Una estética que con marchas y contramarchas perdurará hasta el final de los días piojosos y desbordará en otras bandas, en otras vivencias, en otros formatos (¿o no parecen los personajes de Okupas como salidos de un disco de Los Piojos?) y hasta de otras políticas.
“Tanto, tanto te cuidaba y ahora estás enconfinada”, canta Ciro en “Pistolas”, el corte del disco, como en un espasmo afrofunk. Y podría decirse que esa síntesis de ritmo y fraseo sincopado sobre guitarras endiabladas compone el núcleo medular de Los Piojos en este álbum, que luego también sabrá recorrer otros meandros. Como por ejemplo alcanzar la densidad grunge en “Angelito”, moldear la artesanía folk del dolor en “Muy despacito”, deshojar el candombe de una relación en “Manise”, confeccionar un Dire Straits murguero en la coda instrumental de “Ay Ay Ay” y desfallecer al filo de un postpunk tanguero en “Te diría”.
A partir de Ay Ay Ay, Los Piojos se convirtieron en una de las dos bandas nuevas de los 90 (la otra es Babasónicos, que curiosamente con Trance zomba también pegaron el estirón ese año) que comenzó a marcar el pulso radial de los próximos años. Y que lo haría bajo sus propios términos: adaptando la corriente a ellos y no ellos adaptándose a la corriente. Ay Ay Ay es el gran “aquí estamos, esto somos”, del grupo. El mundo recién se anotició, es cierto, con Tercer arco. Pero con Ay Ay Ay es que empezaron a hacerse insoslayables.