PARMA, Italia – Desde el comienzo de su pontificado, en 2013, Francisco mantuvo una distancia teñida de desconfianza no solo con Estados Unidos, sino también con Francia, percibidos ambos como arrogantes por la Santa Sede. Y una tensa relación con la Iglesia de Alemania, decididamente progresista. Durante 12 años, Jorge Bergoglio tuvo que hacer un difícil equilibrio entre aquellos que esperaban de él una reforma total, mientras otros lo acusaron de llevar al precipicio a la dos veces milenaria institución.
Estados UnidosLa fría recepción que dispensó el Papa al vicepresidente norteamericano, J.D. Vance, el pasado fin de semana echó aun más luz sobre los sentimientos del Sumo Pontífice hacia las tendencias ultraconservadoras que, desde hace unos años, parecen dominar la iglesia católica en Estados Unidos.
Entre la Santa Sede y Washington, los motivos de fricción no fueron pocos: desde la inmigración pasando por los grandes temas internacionales, la guerra de Gaza y el congelamiento de la ayuda humanitaria internacional. En forma más profunda, el catolicismo defendido por la administración Trump, identitario y radical, entró siempre en oposición frontal con la doctrina predicada por Francisco, mucho más piadosa y abierta. Estos últimos años, las redes católicas postliberales, que defienden un gobierno fuerte al servicio de valores ultraconservadores, se fortalecieron en Estados Unidos, sin ocultar su oposición al Papa que acaba de partir.
Es cierto, se trata solo de un nicho postliberal dentro de un catolicismo estadounidense dominado por tendencias conservadoras más tradicionales. También es cierto que los obispos norteamericanos, incluso los más críticos con el Sumo Pontífice, se opusieron a la administración Trump sobre la cuestión de la inmigración. Pero todos ellos coincidían en las críticas a las políticas de apertura (bendición a las parejas homosexuales, mayor lugar de las mujeres en el seno de la iglesia, etc.), al punto incluso de querer pesar sobre el próximo cónclave.
Aunque difícil de alcanzar, entre bambalinas ya comenzaron las grandes maniobras conducidas por grupos y agentes de orientación ultraconservadora. Recientemente, el lanzamiento de un sitio internet que lista los cardenales “papabili” y sus posicionamientos ideológicos no pasó inadvertido. El sitio The College of Cardinal Report está financiado por The Red Hat Report, una organización opuesta a Francisco. Sin olvidar el Napa Institute, organización cercana a J.D. Vance, que tiene por misión “volver a evangelizar a Estados Unidos” y cuenta entre sus miembros al cardenal alemán Gerhard Müller. El exprefecto de la congregación para la Doctrina de la Fe, separado de su puesto en 2017, ha sido uno de los críticos más duros de las orientaciones de pontífice que acaba de partir.
En todo caso, según los especialistas, la elección del futuro papa no es el punto crucial de esta nueva estrategia, sino que se trata de delinear los contornos de la iglesia universal de mañana.
“Los poderosos sectores ultraconservadores de Estados Unidos se han fijado por objetivo borrar la acción del papa Francisco”, señala Massimo Faggioli, historiador de la Iglesia. A su juicio, Francisco representaba el último aliento del siglo XX. A ellos les corresponde el siglo XXI.
FranciaFue realmente esperado. Pero, finalmente, causando una enorme decepción a todos los fieles franceses y a algunos políticos, Francisco decidió no ir a la gran ceremonia de reapertura de Notre-Dame de París, el 7 de diciembre de 2024. Un acontecimiento al que había sido especialmente invitado por el presidente Emmanuel Macron, que pretendía transformarlo en un gran momento de comunión entre políticos, eclesiásticos, creyentes y no creyentes, todos unidos para celebrar el patrimonio de una nación que, durante mucho tiempo, se consideró “la hija mayor de la Iglesia”.
Francisco fue, además, una semana después a Córcega, en un viaje que nadie en el Vaticano había sido capaz de explicar. Su decisión de evitar un continente preso de la guerra y la violencia xenófoba ilustra perfectamente la extraña relación que el jefe de la iglesia católica mantenía con Francia, un país a veces percibido como arrogante por la Santa Sede, y al cual nunca comprendió totalmente.
En 12 años de pontificado, durante los cuales nunca dejó de clamar que no iría a Francia, el papa viajó sin embargo tres veces: a Estrasburgo en 2014, a Marsella en 2023 y a Córcega en 2024. Un récord en relación a otras naciones europeas, que nunca tuvieron ese privilegio, como España y Alemania. O una sola vez, como Bélgica o Portugal.
Es que, para el jefe de la Iglesia católica, Europa —y en consecuencia Francia— nunca fue una prioridad. Papa de las fracturas y los márgenes, Francisco decidió dirigir su mirada hacia los confines del mundo, hacia Asia o África, hacia países lejanos, olvidados, presa de guerras, pobreza y otras tragedias humanas.
Una fuente del Vaticano afirma que Francisco se mostró “con frecuencia muy severo con Europa y sus iglesias, pues —para él— el Viejo Continente tenía un sueño que terminó por traicionar, sobre todo en lo que concierne a los refugiados”.
En el contexto particular de Francia, el papa siempre reprochó a su iglesia lo que percibía como un catolicismo poco popular, demasiado burgués, perseguido por angustias civilizatorias e identitarias: “Centrado sobre sí mismo y no suficientemente dirigido al exterior”, dice la misma fuente.
A eso se agregó probablemente una incomprensión total de la concepción francesa de laicismo, con frecuencia percibida como fanática. Otro elemento, de capital importancia contribuyó a ese distanciamiento: el informe de la Comisión independiente sobre los abusos sexuales en la Iglesia, solicitado por los obispos franceses y publicado en octubre de 2021. Un informe que nunca fue bien digerido por el Vaticano porque, además de las cifras citadas, el uso de la palabra “sistémico” implicaba una responsabilidad general y estructural de la institución.
AlemaniaEn 2022, más de 90.000 alemanes hicieron borrar sus nombres de los registros parroquiales. La cifra constituyó un récord. Y golpeó con fuerza a una Iglesia tironeada entre una tendencia mayoritariamente progresista y una minoría ultraconservadora, encarnada por algunos prelados, como el cardenal Rainer Maria Woelki, convocado después ante un tribunal para explicarse sobre la protección acordada a un sacerdote de su arquidiócesis de Colonia, acusado de haber mantenido relaciones sexuales con un menor prostituido.
Bajo la presión de poderosas asociaciones de laicos, el episcopado alemán había aceptado compartir con ellas el pilotaje del camino sinodal, ejercicio de introspección inédito en el seno de la Iglesia, donde se debatieron temas tan sensibles como el lugar de la mujer en la institución, la moral sexual y el celibato de los sacerdotes. La asamblea fue tan lejos, que llegó a solicitar al Papa examinar la posibilidad de autorizarlos a casarse. Más del 90% de los obispos alemanes presentes en Francfort votaron ese texto, que dejó en claro la voluntad de reforma de la iglesia alemana. Al día siguiente, los delegados incluso se pronunciaron en favor de la bendición de todas las parejas, incluidos los homosexuales o vueltos a casar por una aplastante mayoría de 93%.
La Santa Sede se vio así nuevamente sacudida por una revolución llegada de Alemania. Como si la historia se hubiera divertido recordando a Jorge Bergoglio, primer papa no europeo en más de un milenio, que las revoluciones del catolicismo se inscriben con frecuencia en esa nación. Desde la reforma luterana y el nacimiento del protestantismo en el siglo XVI, los alemanes se forjaron una reputación de insumisos ante Roma.
En todo caso, la ambición reformadora de la iglesia alemana fue, probablemente, el mayor desafío que el papa Francisco tuvo que enfrentar durante su pontificado. ¿Cómo mantener, en efecto, la unidad de una comunidad de fieles en plena transformación? Porque, si el número de bautizados y practicantes apegados a los valores tradicionales aumenta en África y en Asia, se derrumba en Europa, y se reduce en América Latina, donde el debate alemán halló un fuerte eco.
Entre los 1200 millones de bautizados en el mundo, esa diversidad creó constantes tensiones en el Vaticano. Por un lado estaban aquellos que vieron en la apertura la salvación de la Iglesia. Por el otro, los que temieron que esta precipitara su fin. El papa Francisco se vio atrapado en el medio, bajo fuego cruzado: los radicales lo acusaron de ser una suerte de “anticristo” por haber dado demasiadas alas a los reformistas. Los otros lo acusaron de ser demasiado “tibio” frente a los conservadores.