La porteña Mandolina, una vecina que llegó para perfumar el barrio de Arganzuela en Madrid

MADRID.— En Toñi, el bar de la esquina, los parroquianos toman el vermú en las mesitas sobre la vereda. Una señora sale de la peluquería Artemisa con sus ruleros recién colocados; lleva en una mano a su perrito y una bolsa de supermercado, en la otra. En frente, el taller mecánico recibe a un nuevo cliente. Las plazas con juegos para niños están vacías, pero en unas horas, cuando salgan del colegio, serán un centro de ebullición. El barrio de Arganzuela, alejado del centro, pero bien comunicado, tiene una vida apacible. Hasta allí ha llegado una nueva vecina, que viene de lejos: la librería Mandolina, proyecto que impulsan los argentinos Valentina Zelaya, Gianni Lucas Crisci e Imanol Zelaya.

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La porteña Mandolina del barrio de Belgrano ahora tiene una hermana madrileña. Desde hacía un año y medio, trabajaban en este proyecto que finalmente hace unas semanas abrió sus puertas en la capital española. “Empezamos a pensar qué pasaría si nos expandiéramos, si trajéramos la esencia que tenemos los argentinos en general, el afecto y la cercanía para este lado”, dice Crisci. Mandolina Madrid replica a su casa matriz de Buenos Aires, que crece como espacio cultural, y le suma un espacio para tomar café.

Con perfume propio—en el local y en los libros—, una cuidada playlist de temas que suenan en el ambiente, el clásico papel madera para envolver los libros y la curaduría de una casa atendida por sus dueños -grandes conocedores de la literatura latinoamericana-, se buscó trasladar el modelo y la esencia original de Mandolina: diseñar a la librería como una experiencia (y no como un mero local).

Por su “labor librera”, la sede porteña fue finalista en 2023 del certamen de la Feria de Editores (FED) que cada año busca distinguir a la mejor del país. “Hay algo del oficio de librero en Argentina que tiene ciertas particularidades, que en España es distinto, o por lo menos en Madrid. En el caso argentino es un oficio muy vinculado con la recomendación, con el asesoramiento, con generar un vínculo cercano con la comunidad de la librería. El librero es un vector cultural dentro del barrio y a veces termina en venta y otras no”, explica Valentina Zelaya.

En Madrid, el miércoles es el día de descanso de la librería, abierta de jueves a martes. No todo fue sencillo en un comienzo: Valentina y Gianni viajaron en diciembre pasado y se reunieron con Imanol, que vivía en Francia, para buscar local. Encontraron uno que les pareció ideal, en el barrio de Lavapiés, y empezaron a ponerlo a punto para la inauguración: trabajaron contrarreloj, pero por una norma que no les habían informado ni en el propio ayuntamiento, debieron cerrar las persianas ese mismo día y buscar otro sitio.

En Mandolina sostienen que hay una predisposición de los lectores españoles y europeos a leer literatura latinoamericana que se advierte en los últimos años. Por ejemplo, uno de los títulos más vendidos desde que abrieron en Madrid el 10 de abril es Los sorrentinos, de Virginia Higa, basada en la propia historia de la familia de la autora, que fundó una trattoria en Mar del Plata: “Creo que les llama la atención la idea de una familia italiana que se va a la Argentina, la idea de la inmigración”, arriesga Crisci. También señala la buena recepción que tienen las obras de Leila Guerriero, Mariana Enriquez y Samanta Schweblin.

En Arganzuela, instalados ya definitivamente, con Imanol -hermano de Valentina- como encargado del espacio, Mandolina va construyendo su clientela. “Es un barrio muy similar a Belgrano, con gente mayor, que ha vivido acá toda la vida, y también familias con hijos chicos. Entran y preguntan si somos café o librería. No queremos que nuestra actividad sea solo comercial. Nos gusta el libro, trabajamos y vivimos de eso, pero también entendemos que el libro es un objeto que lleva a una reunión y que te permite hacer actividades culturales”, sigue Gianni. “La lectura es un acto solitario, pero sentimos que la comunidad le da otro sentido y lo convierte en experiencia”, aporta Valentina, ya de regreso en Buenos Aires.

Valentina y Gianni, oriundos de Bahía Blanca, se conocieron mientras trabajaban en una pizzería una temporada en Monte Hermoso. Ella estudiaba Letras; él, Periodismo. Juntos decidieron apostar por un sueño que parecía imposible: crear una librería. Era 2018 y empezaron a vender libros por Instagram mientras aprendían los vericuetos del mundo editorial, con las diferentes lógicas de las distribuidoras y los sellos. El nombre Mandolina es un homenaje al abuelo de Valentina, que tocaba el instrumento de cuerdas, y también está inspirado en una canción del uruguayo Gustavo Pena llamada “Mandolin” que les fascina. En 2020 la librería dejó de ser virtual y en plena pandemia, abrieron sus puertas.

“Creo que el desafío o la incógnita en este momento es ver cómo recibe el público madrileño o la gente que vive en Madrid a un catálogo con mucha presencia de literatura argentina y latinoamericana. Nos aventuramos a esto porque tenemos la hipótesis de que va a funcionar bien y porque confiamos mucho en las editoriales argentinas, latinoamericanas y en nuestros autores. Si bien eso está explorado en Madrid en un montón de librerías, queremos presentar nuestro propio catálogo. Creemos que puede funcionar muy bien”, destaca Valentina.

En Madrid hay otras librerías comandadas por argentinos: Olavide Bar de Libros, de los periodistas Raquel Garzón y Daniel Ulanovsky; Mansilla, Arenales, La Mistral y también Espacio Late, creada por una red de periodistas latinoamericanos, entre los que se encuentra el argentino Daniel Wizenberg.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/la-portena-mandolina-una-vecina-que-llego-para-perfumar-el-barrio-de-arganzuela-en-madrid-nid15052025/

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