Desde un balcón de hierro forjado, un hombre despliega unas alas de un blanco inmaculado a las que se aferra con ambas manos. Desde esas alturas, mira fijo hacia un costado, con gesto serio. Con estas alas de plumaje de ave puede despertar la eterna fantasía del ser humano: volar y observar desde arriba aquello que sucede abajo. También puede lograr así cautivar la mirada de los demás desde abajo o desde otros balcones cercanos. El hombre baila en ese espacio reducido e intriga saber por qué se ciñó a él para manifestar su arte, como si estuviera atrapado en ese entorno, en una escena que remite a tiempos pandémicos, de encierro, en los que se observaba a la gente realizar todo tipo de actividades en lugares inverosímiles. No es el caso ahora: no hay confinamiento ni limitaciones. Sin embargo, allí está tratando de exhibir su libertad y su imaginario poder de elevarse más allá que el resto de los mortales.