Fue una fracción de segundo. El instante ínfimo en el que Martín Menem debió decidir entre continuar un partido que amenazaba con terminar en una goleada en contra de su equipo o bien llevarse la pelota de la cancha y dejar a sus rivales sin juego. El presidente de la Cámara de Diputados no dudó: en el momento fugaz en que el tablero marcó que no había quorum dio por finalizada la sesión. Fue entonces cuando la oposición estalló de furia aunque el riojano ya había abandonado, presuroso, la escena del bochorno.
“Hizo lo que debía hacer”, justifican en su entorno, aunque esta vez sin aires triunfalistas. Entrevieron de inmediato que la jugada, si bien impidió el desastre inmediato, cruzó los umbrales de tolerancia de los bloques –cada vez más escasa-, rompió los códigos no escritos de convivencia dentro de la cámara y pone en riesgo la aprobación futura de las iniciativas que requiere la Casa Rosada. Entre ellas, la más importante: el aval legislativo al el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En un intento por controlar el daño, al día siguiente Menem comenzó a fatigar su teléfono para reconstruir los lazos. Los libertarios confían en que, con su tono afable, el riojano logrará apaciguar el malestar y recomponer el frágil conglomerado de votos que hasta ahora le permitió aprobar leyes y resistir vetos. Después de todo, las necesidades (sobre todo electorales) tienen cara de hereje, ni qué hablar de aquéllos que buscan el abrigo oficialista para pelear la elección en sus distritos, deslizan.
Habrá que verlo. Menem transita su segundo año al frente de la Cámara de Diputados con el desgaste de una dinámica de conducción que se basa en exigir apoyos sin dar demasiado a cambio. Es, en rigor, el modus operandi de la gestión libertaria: látigo sin billetera. El problema es que las exigencias son cada vez mayores: los opositores dialoguistas ya tuvieron que tragarse que el Gobierno les ninguneara la ley de presupuesto, les impusieran por decreto y en comisión a dos jueces de la Corte Suprema y, como corolario, un decreto de necesidad y urgencia (DNU) para aprobar la renegociación de la deuda con el FMI, en lugar de un proyecto de ley.
Todo esto mientras el presidente Javier Milei hace gala de su desprecio a la “casta política” y sus trolls libertarios apuntan, en las redes, contra todo aquel que ose cuestionarlo.
Escándalo en el Congreso | Piñas e insultos entre diputados oficialistas y libertarios disidentesEl escándalo por la estafa con la criptomoneda $Libra, en la que Milei se vio involucrado con su tuit para difundirla, fue el flanco que aprovechó la oposición para cobrarse alguna revancha. Convocó a una sesión especial con objetivos más bien módicos: emplazar a tres comisiones a que discutiesen los proyectos para conformar una comisión investigadora e interpelar a los funcionarios presuntamente implicados. Nada que significara un peligro inmediato para el Gobierno. Aun así, el oficialismo lo tomó como una afrenta.
A Menem se lo vio inquieto ni bien los opositores alcanzaron el quorum en el recinto. La reunión de Labor Parlamentaria con los presidentes de bloque había sido tensa. Allí, el kirchnerismo había anticipado que también impulsaría un proyecto para ratificar a las autoridades de la Comisión de Juicio Político, con la libertaria Marcela Pagano a la cabeza. Era el paso necesario para, luego, emplazar a esta misma comisión a que tratara su proyecto de enjuiciamiento al presidente por la estafa $Libra.
El riojano se puso en alerta. No tanto porque pudiera prosperar un pedido de juicio político a Milei –la mayoría de los bloques opositores ya había expresado su rechazo a esta posibilidad- sino por la propia figura de Pagano, de quien el Gobierno y, en particular, Karina Milei desconfía. No ven en ella un soldado fiel de la causa libertaria, aducen con aire de misterio. La economista insiste en que ella fue debidamente designada al frente de la comisión por sus pares en abril pasado y exige que Menem la reconozca como tal; solo así estaría dispuesta a renunciar al cargo, sostiene.
El entuerto lleva casi un año pero Menem, llamativamente, no lo resolvió. Le estalló en el recinto cuando ya era demasiado tarde y la sesión llevaba varias horas de lenta pero continua ebullición.
“Es poco serio que La Libertad Avanza ponga en riesgo cuestiones delicadas del país por problemas personales dentro de su bloque”, se le escuchó decir a Emilio Monzó, expresidente del cuerpo, cuando la sesión se le escapaba de las manos a los libertarios.
Hay 131 diputados sentados y Martínez pide a Menem que no dilate la votaciónEl riojano no disimulaba su fastidio. Es un convencido de que cualquier turbulencia política que afecte al Gobierno, aunque mínima, es un factor de desconfianza que altera los mercados financieros, sobre todo en momentos de alta volatilidad mundial. El día de la sesión había subido el riesgo país y bajado los bonos argentinos. “Quienes convocan a este tipo de sesiones son unos irresponsables”, masculla.
Para colmo tuvo que soportar los aguijones mordaces del radical Pablo Juliano y de Nicolás Massot (Encuentro Federal), que recordaron a viva voz que él había reproducido en sus redes sociales el tuit del presidente Milei que terminó en la estafa cripto.
“Se lo digo con todo respeto, señor presidente, pero usted es uno de los que tienen que dar explicaciones. Por supuesto que gozan de la presunción de inocencia usted, como la secretaria general (Karina Milei), el vocero presidencial (Manuel Adorni) y todos los diputados o miembros que hayan participado de manera indirecta, y tal vez ingenuamente, de esta estafa”, acicateó Massot.
La tensión solo aflojó cuando, por unanimidad, oficialistas y opositores aprobaron la declaración de emergencia en Bahía Blanca, azotada por un temporal. De a poco el recinto comenzó a ralearse y todo presagiaba que la sesión finalizaría con cierta paz.
Sin embargo, el bloque de Unión por la Patria permanecía en sus bancas. Lo mismo Democracia para Siempre y buena parte de Encuentro Federal, además de la izquierda. El tablero se empecinaba en enrostrarle al oficialismo que había quorum. En vano el jefe del bloque libertario, Gabriel Bornoroni, se paseaba nervioso por el recinto para disuadir a los opositores no kirchneristas a que se retiren. Debió enfrentar la tarea en soledad; esta vez no estaban los lugartenientes de Pro, más experimentados, para darle auxilio.
“Que se las arreglen”, se le escuchó decir a uno de ellos, con cierta malicia, mientras emprendía la retirada.
El kirchnerismo olió sangre y se dispuso a dar la estocada final. Las dos libertarias, Pagano y Rocío Bonacci, permanecían incólumes en las bancas al igual que los tres diputados del MID, encabezados por Oscar Zago, aliado de Pagano. El recinto se había convertido en una olla en ebullición, con insultos irreproducibles que se cruzaban entre los mismos oficialistas. Zago no aguantó más y se trenzó con el correntino Lisandro Almirón, que lo provocaba. Volvió a su banca y el quorum, aunque frágil, se mantenía.
Menem se veía desbordado por la situación. Buscó ganar tiempo con un agónico pedido de cuarto intermedio. El kirchnerismo se lo rechazó a los gritos y reclamó que se vote. El riojano miraba desesperado el tablero; cuando por un segundo fugaz marcó que no había quorum levantó sin más la sesión para terminar su calvario.
“No fue una picardía, más bien fue una huida”, graficaron quienes presenciaron la escena. Los kirchneristas corrieron, furiosos, hacia el estrado de presidencia. Menem ya no estaba. Había evitado la derrota, pero no por ello salió indemne.
Por el desaguisado de sus propias huestes en el recinto debió postergar hasta la semana próxima la firma del dictamen sobre el DNU que habilita la renegociación con el FMI. Los votos no estaban seguros. Lo que Menem planeaba que fuera un trámite expeditivo amenaza con complicarse. Los destratos suelen cobrarse caros.