Vemos con preocupación que muchos niños y adolescentes crecen con grandes dificultades para regularse a sí mismos y para poder responder adecuadamente a las situaciones de su vida cotidiana: a cada rato estallan, como Veruca Salt en la película La fábrica de chocolate, caprichosa, exigente, no tolera que las cosas no sean como ella quiere, por no haber podido salir –con el acompañamiento de sus padres y otros adultos– de la posición de “su majestad el bebé”. A pesar de que es una niña, a su edad ya podría esperarse una mayor riqueza de respuestas. Del mismo modo hoy vemos unos cuantos adolescentes que siguen teniendo empaques y berrinches –quizás no tan físicos– por falta de capacidad para aceptar que el mundo no gira alrededor de ellos ni las cosas son siempre como ellos quieren.
Abraham Maslow nos enseña que si nuestra única herramienta es un martillo tenderemos a ver a todos los problemas como clavos. Pareciera que en estos casos el martillo es el enojo, la frustración, la resistencia…
Las razones por las que hoy los chicos tienen pocos recursos para desenvolverse son muchas: los padres trabajan fuera de casa, comparten menos tiempo y les cuesta poner límites; la sociedad de consumo los tienta sin dar respiro; tienen menos tiempo de juego libre y, por consecuencia, de elaboración.
El ejercicio que mejora la resistencia y la capacidad respiratoria
El exceso de pantallas de los chicos, nuestra menor disponibilidad y presencia de baja calidad por causa de las pantallas y las dificultades adultas para regularnos y ser modelo atentan contra el sano proceso de regulación que empieza por adultos que regulan y enseñan a regularse y que luego lleva a los hijos a hacerlo por sí mismos.
¿Qué podemos hacer los padres para enriquecer y ampliar la caja de herramientas de nuestros hijos de modo que puedan afrontar las dificultades de la vida sin “perder la cabeza” cada vez?
En primer lugar tenemos que aprender a no dejarnos llevar por el estado de descontrol de nuestro hijo, no contagiarnos. El descontrol es altamente contagioso pero la calma también: si logramos respirar hondo, probablemente logremos ayudarlo a calmarse, aunque puede llevar tiempo, sobre todo las primeras veces, hasta que confíen en esta nueva modalidad de respuesta de sus padres.
Desde esa calma podremos ver y avalar –poniendo en palabras– las emociones que lo llevaron a estallar, a reaccionar impulsivamente, ya sea enojo, frustración, ofensa, dolor, inseguridad, desilusión, vergüenza, a veces también miedo. Nos convertimos en padres arqueólogos, buscando lo que está por debajo de las reacciones y conductas de los hijos.
El ser humano no puede dejar de sentir; las emociones son señales útiles que nos ayudan a defendernos. El cerebro primitivo “reconoce” un peligro y declara emergencia, no está en condiciones de escuchar y se prepara para “matar o morir”. Ayuda a salir de ese estado de defensividad que el adulto comprenda y ponga en palabras lo que le pasa mientras pone límites a las conductas o reacciones inadecuadas.
El batido con semillas de chía y fruta que ayuda a aumentar la masa muscular: es fácil de preparar
Contra el cerebro primitivoNo todos enfrentan: otros se alejan de la situación o se paralizan, otras respuestas posibles de ese cerebro primitivo que está en alerta máxima. También necesitan palabras empáticas que los ayuden a entender por qué se alejaron o perdieron la capacidad de responder.
Cuando logramos que bajen el estado de defensividad vamos a poder explicar una sola vez y cortito el por qué de nuestro pedido, o de nuestro no, aquello que tanto los enojó, frustró, ofendió, etc., pero todavía no están listos para conversar del tema porque están en un equilibrio inestable y cualquier chispa, palabra que les moleste o enoje va a volver a encenderlos.
Por eso, y para terminar el proceso, es fundamental volver al tema dos horas más tarde, o al día siguiente, cuando nuestro hijo –o alumno– está tranquilo, puede escuchar y conversar del tema sin ofuscarse. Esa es la oportunidad para reflexionar juntos y para ampliar sus herramientas y recursos.
En ese momento de calma volveremos a poner en palabras lo que comprendimos (querías seguir jugando y no querías ir a comer, por eso te enojaste) y podremos agregar nuestras razones para llevarlo (se iba a enfriar la comida, nos gusta compartirla en familia), no con la idea de convencerlos sino de explicar nuestras buenas razones, en un momento en el que su cerebro no se siente amenazado y puede escucharnos y podemos agregar lo importante que es para nosotros ese tiempo de comer juntos, sin largos discursos.
No hay apuro, tenemos muchas oportunidades para hacer estas reflexiones. El tema es no desperdiciar energía y palabras hablando cuando nuestros hijos no pueden escucharnos y tampoco olvidarnos de hacerlo más tarde.