Educación o dependencia: la única salida de los planes sociales

En un país donde la dependencia de los planes sociales se ha convertido en una constante desde la crisis de 2001, la educación debe dejar de ser un instrumento para maquillar una fachada de asistencia y transformarse en la herramienta esencial para romper el círculo vicioso de la pobreza. La realidad argentina –caracterizada por una alta dependencia estatal– exige un replanteo profundo de la política social: no basta con paliar las carencias económicas, es necesario dotar a los beneficiarios de las herramientas y el conocimiento que los hagan protagonistas de su propio futuro.

Los planes sociales, tal como se presentan desde hace ya muchos años, cumplen un rol de contención en supuestos momentos de emergencia; sin embargo, al no estar vinculados a un proceso de capacitación educativa o laboral, han cronificado la dependencia. Como se ha evidenciado a lo largo de décadas, la falta de formación impide la reinserción productiva; por eso resulta imperativo condicionar la percepción de dichos subsidios a la finalización de la educación obligatoria y a la participación en programas de capacitación técnica. Esa es, precisamente, la premisa central de esta propuesta: transformar la asistencia del Estado en una inversión en capital humano.

Esta visión encuentra su fundamento tanto en tradiciones éticas y filosóficas como en el ideal del liberalismo. Recordemos, si no, a Maimónides, quien hace más de ochocientos años colocaba en la más alta escala de la filantropía el dar a un pobre los medios para que pueda vivir de su trabajo sin degradarlo con la limosna abierta u oculta.

Una idea similar la encontramos en los escritos del barón Maurice de Hirsch, una de las tantas figuras olvidadas de nuestra historia, quien en 1891 señalaba: “Me opongo firmemente al antiguo sistema de limosnas, que solo hace que aumente la cantidad de mendigos, y considero que el mayor problema de la filantropía es hacer personas capaces de trabajar de individuos que de otro modo serían indigentes, y de este modo crear miembros útiles para la sociedad”.

No cabe duda de que el asistencialismo sin condiciones genera costos en sí mismo. Desde diversas tradiciones religiosas y humanistas lo han advertido. Por ejemplo, Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate, señalaba: “El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”. Por su parte, el padre Pedro Opeka, un argentino propuesto varias veces para el Premio Nobel de la Paz por su incansable trabajo con los pobres en Madagascar, ha demostrado que el asistencialismo perpetuo solo genera más dependencia, mientras que la promoción de la educación, la capacitación y el trabajo dignifica y permite que las personas se pongan de pie.

Sus palabras son en un todo consistentes con la visión del liberalismo. A modo de ilustración, recordemos las palabras de Ronald Reagan, quien sostenía que “el propósito de cualquier política social debería ser la eliminación, tanto como sea posible, de la necesidad de tal política”, o del mismo Milton Friedman, quien resumía este concepto al afirmar que “una mejor educación ofrece una esperanza de reducir la brecha entre los trabajadores calificados y los que no lo son, y de protegerse contra la formación de una sociedad de clases en la que una élite educada mantiene a una clase permanente de desempleados”.

La experiencia histórica del GI Bill of Rights en Estados Unidos sirve de paradigma en la materia. Sancionado en 1944, el GI Bill ofreció a millones de veteranos la oportunidad de reeducarse y reinsertarse en el mercado laboral, y alcanzó resultados que superaron con creces los costos iniciales para el Estado. Por cada dólar invertido en la educación de los veteranos recaudó varios dólares en concepto de impuestos. Dicha relación se produjo porque los trabajadores calificados generados por el programa percibían ingresos claramente superiores a los que hubiesen obtenido de no haber llevado a cabo los estudios y, por ende, pagaban muchos más impuestos.

Nada impide pensar en un modelo similar para millones de argentinos hoy marginados del sistema productivo en lugar de planes que carecen de un horizonte formativo, lo que diluye cualquier posibilidad de reinserción en la sociedad productiva

La evidencia es contundente. Los estudios empíricos demuestran que quienes cuentan con un mayor nivel educativo tienen mayores posibilidades de romper con el círculo vicioso de la pobreza. Como apuntó Theodore Schultz, premio Nobel de Economía: “Las diferencias de ingresos entre las personas se relacionan estrechamente con las diferencias en el acceso a la educación”. Si queremos salir de una crisis que afecta la cohesión social, es imprescindible apostar por una política social que, de verdad, genere capital humano.

Para la Argentina, la propuesta es clara y urgente: reformar el sistema de planes sociales condicionándolos a la educación y la capacitación laboral. Este cambio no se trata de castigar a los beneficiarios, sino de brindarles el incentivo y el acompañamiento que les permitan completar su formación y, de ese modo, acceder a un mercado laboral digno y productivo. Se trata de construir un modelo de inclusión social basado en la autonomía y el mérito, en el que los subsidios estatales se transformen en puentes de movilidad social y no en muros que perpetúan la dependencia.

La transformación de los planes sociales, condicionándolos a la finalización de la educación obligatoria y a la capacitación laboral, es la única salida sostenible. Con una política de este tipo se dejarían de transferir recursos sin condición y se comenzaría a invertir en la libertad y el desarrollo integral de los beneficiarios.

Formar para liberar no es solo un lema, es una estrategia de futuro, un camino para que cada argentino pueda recuperar la dignidad de llevar por sí mismo el pan a la mesa familiar y que permita enfrentar el riesgo cierto de perpetuar una sociedad de clases en la que una élite educada mantenga a una clase permanente de desempleados; un escenario hoy factible, fiscalmente imposible y éticamente reprochable.

Miembro de la Academia Nacional de Educación y rector de la Universidad del CEMA



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/educacion-o-dependencia-la-unica-salida-de-los-planes-sociales-nid26072025/

Comentarios

Comentar artículo