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En el listado de pecados capitales de las redes sociales, y más allá de la lujuria de Tinder, la ira de Twitter o la envidia de Instagram, asoma la soberbia de LinkedIn. Esa es la red social de los triunfadores ―incluso cuando no lo son―, de los realizadores de cursos inexistentes ―porque un curso y un vaso de agua no se le niega a nadie― y de los felicitadores seriales de logros ajenos ―como las madres que aplauden al hijo en el acto escolar―.

Pero, ¿qué es LinkedIn? Es básicamente un shopping de ofertas laborales, donde la mayoría de los clientes o fue a fin de mes y solo está mirando o entró a mirar y la reclutadora no salió de atrás del mostrador.

En ese centro comercial existen dos tipos de demonios: los que publicitan absolutamente cualquier cosa que hayan hecho como un logro destacado (por ejemplo, los que hacen el curso de evacuación de incendios); y los que piensan que absolutamente cualquier situación merece una reflexión aplicable con el mundo laboral. El primer grupo es hasta tierno, porque es alguien que quieren contar que algo hizo, aunque sea tan insignificante como ir a buscar agua al dispenser. Pero el segundo grupo es imperdonable: son los que sienten que cada situación los ilumina para hacer paralelismos de lo más insólitos. Si Messi sale campeón con el Inter Miami, escribirán columnas del estilo: “Cómo reinventarse después de ser el número uno”. Si el Conicet llama la atención por su expedición bajo el mar, reflexionarán sobre: “La innovación como juego y cómo aplicarlo al mundo corporativo”. Y si Cristina es condenada a prisión domiciliaria, son capaces de escribir: “Ventajas y problemas del home office como estilo de vida”. No hay límite para ver reflejado en absolutamente todo al mundo corporativo. Pero, entonces, ¿para qué lo hacen? Porque debajo de esas publicaciones hay comentarios de otros que son idénticos a ellos, donde aplauden cada frase como si fueran grandes verdades. Así, entran todos en un círculo de validación mutua sin fin que a uno lo hace preguntarse: ¿no trabajan acaso?

Sin embargo, esas líneas no son las únicas que se leen. En Linkedin existen frases que esconden tras de sí una verdad maquillada. Como en Instagram no son todos tan bellos como aparentan y en Twitter no son todos tan graciosos como si uno los escuchara en persona, en LinkedIn existe una trampa escondida en la frase: “Voy a transitar nuevos caminos, en breve les contaré más”. Los que escriben eso están diciendo que los echaron o renunciaron y que, básicamente, fue todo tan abrupto que ni tiempo tuvieron de buscar algo nuevo. Esta teoría se refuerza cuando ese mensaje es un texto plano, sin emoción, escrito rápido, quizás hasta desde el celular porque la notebook laboral ya se la llevaron los de Sistemas. Distinto es cuando ese mensaje viene acompañado de agradecimientos, personas arrobadas, fotos de los años compartidos y, debajo, comentarios de excompañeros con los mejores deseos. Ahí la decisión fue pensada y se viene un cambio de verdad y no será simplemente darse de alta en el monotributo.

LinkedIn, al igual que otras redes sociales, también sabe generar expectativa. Todas las semanas arma un listado de empresas que visitaron el perfil de cada usuario y se lo manda al mail. Sea verdad o no, aparecen nombres como Disney, Microsoft y el Washington Post para hacer que el usuario sueñe con posiciones de poder, beneficios maravillosos y salarios en dólares, todo eso justo antes de abrir los ojos y volver a la realidad, a ver el cartel de Microsoft, sí, pero no con una oferta laboral, sino con la advertencia de que el Copyright del Excel está por vencer y que si no se renueva en veinte días habrá que volver al ábaco. Es una forma elegante que tiene su computadora de decir: “En su empresa se bajaron todo trucho de Taringa! Busque otro trabajo”.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/tu-perfil-interesa-mucho-nid04082025/

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