Tanto en sus libros como en sus cuantiosas presentaciones públicas y entrevistas, periódicamente el gran Mario Vargas Llosa recordaba la influencia que habían tenido populares publicaciones de nuestro país en su formación cultural cuando era chico. “El cartero -recordó hace unos años en la Feria del Libro- llegaba con tres revistas argentinas.” El fenómeno se replicaba en otros países.
Vargas Llosa se refería a la época en la que vivió en Cochabamba (Bolivia) y de las expectativas con que su padre esperaba la revista literaria Leoplan; su madre y su abuela, la femenina Para Ti y él, la infantil Billiken.
La primera desapareció hace varias décadas y la última se refugió en la virtualidad, al igual que la segunda, aunque esta todavía ofrece especiales de decoración.
Constancio Vigil, uno de los dueños de Editorial Atlántida, decía que a los semanarios los mató primero la TV y después las redes sociales.
Pero en los años 60 y 70 del siglo pasado todavía llegaban a los puestos pilones de revistas como Gente y El Gráfico. Para el Mundial 86 (que ganamos) esta última vendió 800.000 ejemplares.
Hoy los kioscos venden de todo, pero cada vez menos revistas. Instagram, especialmente, las hirió de muerte.