Una vuelta alrededor del jazz en 55 retratos, de la mano de Murakami

Tal vez, como se dice que debería ocurrir con el zen, al jazz lo eximan las palabras: más vale dedicarse a escucharlo, perderse en su libertad y complejidades, y ceder a sus entusiasmos y tristezas. La bibliografía sobre el género es menos aplastante de lo que se esperaría para una música con tantos seguidores a lo largo de más de un siglo: hay trabajos señeros (y sin embargo tardíos) como los de Gunther Schuller, algunas historias panorámicas como la de Ted Gioia, y también biografías y autobiografías de sus practicantes. También afectó la literatura, de Francis Scott Fitzgerald a Jack Kerouac y su más o menos improvisada prosa beatnik o Julio Cortázar.

Hubo que esperar, sin embargo, hasta But Beautiful, de Geoff Dyer, para que el jazz tuviera un emblema narrativo definitivo de su propio mundo. En ese libro de 1991 (la versión en español lo tradujo innecesariamente, dado que comparte título con un popularísimo standard, como Pero hermoso), el escritor inglés agrupó relatos que tenían como protagonistas, entre otros, al saxofonista Lester Young (con toda su tristeza a cuestas), Duke Ellington (siempre de gira por ahí) o Art Pepper (salido de una larga prisión por sus problemas con las drogas). Dyer trabaja con elementos verídicos, pero sobre todo logra delinear a partir de ellos un estilo y su correlato con una vida.

Retratos de jazz, del novelista japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949), no tiene aquella ambición. Los textos fueron escritos para acompañar los cuadros que el artista Makoto Wada (Osaka, 1939-Tokio, 2019) dedicó a diversos músicos en sus exposiciones. Esas imágenes inauguran cada breve capítulo.

En esa precedencia, se esconde un enigma electivo. Murakami se sentaba –según dice– con las imágenes a mano y escuchando discos del músico en cuestión para desgranar luego sus retratos. La pregunta es si él hubiera elegido los mismos nombres que Wada, considerando las ausencias: no figuran ni Keith Jarrett ni John Coltrane (“esto dice mucho a favor del libro”, sostiene Murakami, que no los tiene en su panteón), pero tampoco Bud Powell o Wayne Shorter.

La lista de 55 músicos e intérpretes es, sin embargo, lo suficientemente amplia como para centrarse menos en las omisiones que en los que hacen acto de presencia. Murakami –o Wada, aunque seguramente los dos– se interesa por los cantantes (Frank Sinatra, claro, Mel Tormé, Jimmy Rushing o Tonny Bennett), pero también por las voces femeninas: a Billie Holiday y Ella Fitzgerald (el escritor adhiere más a la primera), se les suman dos cantantes blancas formidables, pero hoy un poco menos canónicas: Anita O’Day y June Christy.

Murakami, en todo caso, pide comprensión por su punto de vista sobre los retratados: lo considera apenas el de un melómano que no pretende definiciones de alto vuelo. Muchos de estas viñetas tienen, de hecho, una impronta caprichosa, improvisada, imbuida por los discos que suenan de fondo. ¿Qué piensa Murakami sobre Charlie Parker? Sería interesante saberlo, pero el apartado sobre el saxofonista resulta en una digresión sobre Bird and Dizz (el famoso disco de Parker y Dizzy Gillespie) y, en particular, sobre el aparente miscasting del baterista Buddy Rich. Sobre Parker –como se disculpa al final– ni una palabra, aunque algunas ideas sobre él aparezcan diseminadas en cuentagotas más adelante.

Algunas definiciones son precisas y poéticas. “Describiría la experiencia de escuchar su música –dice sobre la originalidad de Thelonious Monk– como la de recibir la visita de un hombre misterioso que deja un objeto fascinante sobre la mesa y, antes de poder decir nada, desaparece”. Su pasión por Sonny Rollins la fundamenta en oposición a Coltrane (que, como se dijo, no tiene apartado propio): a diferencia del segundo, que pone a dialogar los temas en perfecta progresión ascendente, escalón a escalón, “Rollins –anota el escritor– nos impulsa con una fuerza completamente intuitiva, y en un suspiro nos eleva en ascensor hasta la trigésimo sexta planta; nada de escaleras, basta con una sacudida certera que le entra a uno hasta el tuétano”.

No faltan los clásicos de los inicios: Louis Armstrong, pero sobre todo Bix Beiderbecke. Miles Davis se reduce a una epifanía anecdótica sobre la vez que el escritor escuchó en un bar Four & More con un vaso de whisky en la mano. Lo más interesante, lo que excede la simple recomendación de discos, está en los nombres que –a pesar de su importancia– no se hubieran esperado, como el baterista Shelley Manne (el novelista declara su simpatía por el jazz de la costa oeste) o el contrabajista Ray Brown, que le motiva una reflexión: quizá no resulte hoy tan notable escucharlo porque su principal capacidad consistía en llegar a hacerse oír en vivo, gracias a su técnica impecable, frente a la potencia de los demás instrumentos. Scott LaFaro –el malogrado bajista de Bill Evans– sabrá sacarle ventajas, dice en otro lado, a los nuevos medios de amplificación e idear un nuevo estilo.

La aparente y buscada ligereza de Murakami encuentra en esas asociaciones lo que podría considerarse el oído del escucha avezado que se hace el distraído con su propio talento crítico.

La música es en Retratos de jazz, además, un subterfugio para los recuerdos de juventud. Ahí figuran al pasar los locales en que iba a escuchar jazz en su etapa universitaria, algún concierto posterior (de Ornette Coleman, cuando descubre que esa música a la que tenía por intelectual resulta, en realidad, ingenua y plena de humor) y también las ansiedades del comprador de discos, una emoción extinta excepto para los adictos a los vinilos como Murakami. Dado que el libro no fue escrito para un público internacional, se permite preciosas metáforas de entrecasa, en clave oriental. El saxo de Johnny Griffin –cuando toca con el guitarrista Wes Montgomery– suena como “un onigiri apelmazado” y el piano de Oscar Peterson en su última etapa, repleto de adornos (su perfil es de los mejores, conceptualmente impecable), es demasiado, como comer “una gran cazuela udon todos los días”.

La silueta sobre Bobby Timmons, pianista y compositor en los Jazz Messengers de Art Blakey, resume bien el espíritu que planea por todo el libro: “El talento jazzístico suele brillar a lo largo de un período breve de tiempo –escribe Murakami–, entreverado por una vida repleta de dificultades”. Las “estrellas fijas, las menos”, agrega, se entremezclan con el resplandor dejado por “multitud de estrellas fugaces” como el talentoso, inimitable Timmons. Es, podría agregarse, lo que hace del jazz una continua épica sonora, una forma de entender el mundo.

Retratos de jazz

Por Haruki Murakami

Tusquets

Trad.: J.F. González Sánchez

242 páginas

$ 31.900

Pero hermoso

Por Geoff Dyer

Random House

216 páginas



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/una-vuelta-alrededor-del-jazz-en-55-retratos-de-la-mano-de-murakami-nid05072025/

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