Como indicamos otras veces, el ajedrez es una de las disciplinas en la que, de tanto en tanto, aparecen niños-prodigio, como es el caso de Faustino Oro. Hay una larga tradición al respecto.
El estadounidense Paul Morphy (1837-1884), de Nueva Orleáns, fue tal vez el primero en este deporte, en el siglo XIX. A los 9 años ya era un jugador de primera fuerza y podía vencer a los mejores ajedrecistas de su ciudad natal. A los 10 compuso el problema que ofrecemos en el siguiente diagrama: juegan las blancas y dan mate en dos jugadas.
A los 21 años Morphy realizó una gira por Europa, en la que mostró que era el mejor jugador del mundo. Después retornó a Nueva Orleáns y tuvo un triste final: se encerró en su casa, no volvió a jugar al ajedrez y se mantuvo en el ostracismo hasta el final de sus días.
A fines de ese siglo surgió otro prodigio, el cubano José Raúl Capablanca (1888-1942), figura mítica siempre. Se cuenta que aprendió a jugar a los 4 años, viendo a su padre hacerlo con un amigo. En cierta ocasión, el niño detectó que uno de los contendientes había hecho una movida antirreglamentaria y lo señaló. Su padre, sorprendido, lo invitó a jugar una partida, en la cual el niño lo venció fácilmente. Capablanca fue el único campeón mundial latinoamericano y de habla hispana de la historia del ajedrez. ¿Faustino Oro será el segundo?
Ya en el siglo XX, hubo un prodigio célebre, Samuel Reshevsky (1911-1992), estadounidense nacido en Polonia, que antes de cumplir los 10 años ya era un consumado maestro y daba exhibiciones de simultáneas. Hay que decir, de todos modos, que ser un niño-prodigio no asegura supremacía sobre los demás ajedrecistas de élite.
Aunque Reshevsky resultó uno de los mejores del mundo durante décadas, nunca se coronó campeón mundial. Y ni siquiera logró alcanzar la condición de retador por el cetro. Eran los tiempos de la guardia pretoriana soviética, que, encabezada por Mikhail Botvinnik y otros titanes, como Vasily Smyslov y Paul Keres, no dejaba resquicio para que un extranjero pudiera filtrarse en la cima.
Otro prodigio estadounidense, que sí logró ser campeón del mundo, fue Robert James Fischer (1943-2008). “Bobby” asombró al mundo al conseguir el título de gran maestro a los 15 años, en 1958. Entonces se lo consideró una hazaña extraordinaria, y tuvieron que pasar más de treinta años hasta que alguien obtuviera esa condición a una edad más temprana.
Para mayor sorpresa, quien consiguió superar ese récord fue una mujer, la húngara Judit Polgar, que lo hizo en 1991 a los 15 años y 4 meses. Judit mostró que las mujeres podían jugar al ajedrez en el nivel de los hombres y compitió contra ellos con resultados notables durante toda su vida deportiva. Es la mejor ajedrecista de la historia y la única mujer en alcanzar un lugar en el top 10 internacional.
En 2023, un niño indio radicado en Estados Unidos, Abhimanyu Mishra, estableció el récord de precocidad al lograr el título de gran maestro a los 12 años, 4 meses y 25 días. Faustino Oro, con 11, posee el récord de ser el maestro internacional más joven de la historia, y tiene margen de tiempo como para hacerse con el otro récord también. Pero hay que advertir que están surgiendo nuevos prodigios en otras partes del mundo.
La era digital, con sus adelantos tecnológicos, permite a chicos de todo el mundo aprender mejor y más velozmente el ajedrez. Jugando cientos de partidas rápidas por día, un niño aprende y asimila a la velocidad de un rayo. Entre los nuevos prodigios, uno que se destaca y se perfila como para ser un rival generacional de Faustino, que reúne 2465 puntos de Elo en el ranking, es el ruso Roman Shogdzhiev, de 10 años, que tiene 2411 unidades. Por otro lado, con dos años más que Oro, el turco Yağız Kaan Erdoğmuş ya es gran maestro y tiene 2626 puntos en el ranking, más que todos los jugadores argentinos.
A todo esto, ¿cuál era la solución del problema planteada por Morphy? Si quiere procurarla por sí mismo aceptando el desafío, no lea lo que está a continuación: 1. Ta6! bxa6, 2. b7++.